jueves, 29 de diciembre de 2011

Sólo amor

Hoy es una de esas noches en que lo único que quisiera es llegar a casa y tener amor.
Como antes.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Te amaré




Te amaré, te amaré como al mundo,
te amaré aunque tenga final,
te amaré, te amaré en lo profundo,
te amaré como tengo que amar.

Te amaré, te amaré como pueda,
te amaré aunque no sea la paz,
te amaré, te amaré lo que queda,
te amaré cuando acabe de amar.

Te amaré, te amaré si estoy muerto,
te amaré al día siguiente además,
te amaré, te amaré como siento,
te amaré con adiós, con jamás.

Te amaré, te amaré junto al viento,
te amaré como único ser,
te amaré hasta el fin de los tiempos,
te amaré y después te amaré.

Te amaré, de Silvio Rodríguez.

Hace 6 meses mi River se iba a la B. Hace 6 meses mi gastado corazón recibió un golpe que creí que jamás iba a recibir. Mi River, el de las más de 30 vueltas olímpicas, el del paladar negro, el de la Máquina, el del Enzo, el Beto y Amadeo, ese que me hizo feliz tantas veces y con el que me cansé de festejar, ese River descendió al Nacional B.
Empecé a sentir el descenso en el aire varios meses antes. La mayoría de los hinchas no querían creerlo, no querían ni siquiera pensarlo. Pero mi pasión de hincha a veces se ve atenuada por mi profesión. Además de hincha, soy periodista. Y eso me lleva a analizar las cosas más con la cabeza que con el corazón. Mucho antes del desastre avisé que si River jugaba la Promoción, descendía. Sufrí con cada partido y se me partió el alma en aquel encuentro con Lanús, cuando quedó decretado que el Millo debería enfrentarse a Belgrano para defender la permanencia.
Ese 26 de junio no lloré. Me había llorado hasta la última lágrima después del segundo gol del Pirata en Córdoba. En ese momento entendí que nos íbamos, que toda la historia de mi club se iba a la B. Y lloré, lloré por horas. Y nadie intentó calmarme. Me dejaron llorar las penas, me dejaron llorar este nuevo mal de amores.
Pero la esperanza es lo último que se pierde. "No te des por vencido ni aun vencido", dice la frase. Y confié. Confié todo lo que pude en que River iba a dar vuelta la historia en el Monumental. Y allá fui. En el momento más difícil de la historia, yo estuve ahí. Partido complicado, sabíamos que la violencia podría arruinar todo. A uno de mis amigos no lo dejaron ir. Con otro decidimos que queríamos estar pasara lo que pasara esa tarde. Y allá fuimos. Recorrimos los 270km que nos separan del Monumental con la esperanza de volver felices. Con la esperanza de tener que cumplir todas las difíciles promesas que había hecho. El gol de Pavone a pocos minutos del comienzo nos dio aire. Y hasta el último segundo de ese triste domingo de junio tuve la esperanza de que sea mentira el descenso, de que todos mis pronósticos de meses no se hicieran realidad. Pero un gol de Belgrano me heló el alma, me la sacó del cuerpo. Nunca en mi vida sentí lo que me pasó esa tarde después del gol cordobés. Sentí realmente que mi alma se salía del cuerpo, me quedé vacía, sentí el cuerpo liviano, quería moverme y no podía, quería alentar y no me salía la voz. Es una sensación difícil de explicar. Y después el penal, ese que Pavone no metió, ese que yo ya sabía que no iba a entrar, por culpa de mi sexto sentido en los penales.
Y el descenso. Y gente llorando a mi alrededor. Y la espera interminable, el frío, mientras un grupito de gente que se hace llamar "hinchas" destrozaba el club de mis amores. La tristeza de las 60 mil personas que llenaron el Monumental, el llanto, la desesperación al ver como el ruido, el humo y el fuego nos decían que afuera nos estaban destruyendo mucho más que la historia. Porque yo estuve ahí. Y yo sé que los hinchas de River no fueron esos que salieron en la tele, los hinchas de River fueron esos que alentaron hasta el final y que no rompieron nada, que se bancaron el dolor igual que yo, en silencio en la tribuna y alentando a la salida, cuando por fin los violentos despejaron el lugar.
Y volví a casa sin llorar, orgullosa de haber acompañado a mi River en ese terrible golpe. Y el lunes a la noche caí. Ese día entendí que pasó. Y volví a llorar casi tanto como en el primer partido de la Promo.
Hoy River la pelea en la B. No es el mejor de la categoría, tampoco el peor. Tiene jugadores que ilusionan. Cuando juega bien, nos llena de esperanzas. Yo sé que mi Millo va a ascender, pero también sé que está costando más de lo pensado. Pero si algo aprendí en este tiempo, es que esté donde esté el amor es el mismo. Tengo una banda roja que me cruza el alma, tengo un amor por mis colores que van más allá de todo, de jugadores, de dirigentes, de triunfos, de fracasos, de Primera o de la B.
"Me gustaría que me expliques eso de ser hincha de fútbol", me dijo un día un amigo. Imposible. Es algo que no se puede explicar. O lo sentís o no lo sentís. Yo no sé si me viene de herencia o es por elección, pero amo mi camiseta. Y en ningún lugar del mundo me siento tan YO como en el Monumental. Ahí nadie me juzga, ahí me acompañan 60 mil personas que sienten lo mismo que yo. Soy feliz. Soy terriblemente feliz cuando estoy ahí. Sueño con ir todos los domingos (o sábados, o cuando sea) a la cancha. Ojalá tuviera el Monumental a la vuelta de la esquina.
A 6 meses del día más triste de la historia de River, mi amor es eterno. Te amaré hasta el fin de los tiempos, te amaré y después te amaré.

*Ita*

lunes, 12 de diciembre de 2011

Invisible

¿Qué hacés cuando te sentís invisible? ¿Hay alguna forma de hacer que te vean? Así me siento la mayoría de los días. Siento que haga lo que haga, nadie va a verme, que voy a estar siempre escondida detrás de esa maldita capa de invisibilidad que no sé como romper.
¿Cómo hacemos esas personas que no vamos por la vida llamando la atención? No sé bien como definirlo. ¿Qué somos? ¿Comunes? No sé si esa es la palabra. Hay muchos como yo. Muchos que vamos por la vida sin ser vistos, sin ningún talento particular que nos destaque sobre el resto, sin una voz potente para hacerse escuchar, sin la simpatía que te abre puertas, sin un cuerpo llamativo que te vuelva visible para todos. Tal vez nos volvemos un poquito más interesantes al hablar, pero si nadie te ve, ¿cómo hacés para que quieran escucharte?
En mi caso, que me oigan no es garantía de que quieran escucharme. Soy rara para los poquitos que me conocen desde siempre y me ven aunque sea trasparente. A nadie que conozca le interesa demasiado lo que puedo yo decir. ¿Qué hago perdida en este mundo? ¿Por qué no puedo lograr que alguien me mire? ¿Qué es lo que tengo que hacer para dejar de ser lo que soy? ¿Quiero dejar de ser lo que soy? No, no quiero. Quiero que alguien me quiera así, quiero que alguien tenga una mirada tan potente como para distinguirme entre todo lo demás, quiero ser especial para alguien, aunque sólo sea para una sola persona.
Por momentos siento una terrible necesidad de gritar, llorar, escribir y escribir. No puedo quejarme de mi vida, pero a veces me gustaría que alguien me preste atención. ¿Habrá alguien en este mundo que a quien pueda contarle quien soy? ¿Habrá alguien que pueda darse cuenta que hay algo mucho más allá de lo que no se ve? Detrás de la nada, ahí estoy yo. Donde nadie ve nada, está mi alma esperando que alguien la salve y así volver a meterse dentro de algún cuerpo que la haga visible otra vez.
¿Qué hace uno cuando siente que no vale nada? ¿Qué hace uno cuando se vuelve invisible para todos? ¿Qué hace uno cuando necesita que alguien le haga sentir que existe? ¿Qué hace uno cuando empieza a pensar que no es real?

*Ita*

jueves, 1 de diciembre de 2011

Negociando con la vida

Mi hermana me dijo el otro día que no conoce a nadie a quien le hayan salido las cosas como las tenía planeadas. Y tiene razón. Nunca salen las cosas como uno las planea, ¿por qué a mí me iban a salir? No queda otra que adaptarse aunque no estemos contentos con eso.
Cuando somos chicos nos imaginamos una vida maravillosa, soñada. Y cuando crecemos empezamos a darnos cuenta que todo era más difícil de lo que habíamos pensando. Los adolescentes no le tienen miedo a nada y mucho menos a soñar. Después te chocás con una pared y otra y otra. Y terminás por aceptar lo que venga sin renegar tanto. Sos lo que sos y tampoco está tan mal, sólo que a veces duele no ser lo que soñaste ser.
Uno a uno mis planes de la adolescencia se fueron truncando. Con cada fracaso se endureció mi corazón por fuera y se destruyó por dentro. Pero después del dolor más fuerte, el del desamor, el del sueño de mi familia destruido, empecé a valorar mi vida. Nada podía ser peor. Ahora había que arrancar otra vez y soñar una vida nueva.
A esta altura puedo negociarle a la vida casi cualquier cosa. Ya no me importa que cambie mis planes. Nada puede ser peor que mi vida pasada, así que no hay nada a que temerle. Una sola cosa no quiero negociar con la vida y la sola idea de que pueda fallar, me provoca angustia. Algún día quiero una familia, pero si esa familia no es planeada y con amor, no la quiero. Es lo único que no entra en los negocios.
¿A dónde vamos? A dónde nos lleve la vida, a donde ella quiera. Podemos ayudar eligiendo determinados caminos, pero en definitiva, nuestro rumbo depende de un montón de factores que no siempre manejamos. Lo único que nos queda es entender que casi nunca las cosas salen como queremos, pero que la mejor opción es aceptar lo que nos tocó y ser felices con eso. Y nunca dejar de luchar, porque al destino siempre se le puede dar pelea.

*Ita*