jueves, 1 de diciembre de 2011

Negociando con la vida

Mi hermana me dijo el otro día que no conoce a nadie a quien le hayan salido las cosas como las tenía planeadas. Y tiene razón. Nunca salen las cosas como uno las planea, ¿por qué a mí me iban a salir? No queda otra que adaptarse aunque no estemos contentos con eso.
Cuando somos chicos nos imaginamos una vida maravillosa, soñada. Y cuando crecemos empezamos a darnos cuenta que todo era más difícil de lo que habíamos pensando. Los adolescentes no le tienen miedo a nada y mucho menos a soñar. Después te chocás con una pared y otra y otra. Y terminás por aceptar lo que venga sin renegar tanto. Sos lo que sos y tampoco está tan mal, sólo que a veces duele no ser lo que soñaste ser.
Uno a uno mis planes de la adolescencia se fueron truncando. Con cada fracaso se endureció mi corazón por fuera y se destruyó por dentro. Pero después del dolor más fuerte, el del desamor, el del sueño de mi familia destruido, empecé a valorar mi vida. Nada podía ser peor. Ahora había que arrancar otra vez y soñar una vida nueva.
A esta altura puedo negociarle a la vida casi cualquier cosa. Ya no me importa que cambie mis planes. Nada puede ser peor que mi vida pasada, así que no hay nada a que temerle. Una sola cosa no quiero negociar con la vida y la sola idea de que pueda fallar, me provoca angustia. Algún día quiero una familia, pero si esa familia no es planeada y con amor, no la quiero. Es lo único que no entra en los negocios.
¿A dónde vamos? A dónde nos lleve la vida, a donde ella quiera. Podemos ayudar eligiendo determinados caminos, pero en definitiva, nuestro rumbo depende de un montón de factores que no siempre manejamos. Lo único que nos queda es entender que casi nunca las cosas salen como queremos, pero que la mejor opción es aceptar lo que nos tocó y ser felices con eso. Y nunca dejar de luchar, porque al destino siempre se le puede dar pelea.

*Ita*

No hay comentarios: