viernes, 18 de enero de 2008

Mamás adolescentes

Hay muchos prejuicios con ellas y yo muero de odio. Hay comentarios fuera de lugar, miradas que no ven, gestos que molestan. Madres adolescentes, yo las admiro.
Las personas hablan mal de ellas, piensan que buscaron la situación en la que se encuentran, las juzgan. Pero yo conozco bien de cerca las sensaciones, el miedo, el dolor, la incertidumbre que viven desde el día que ven las dos rayitas hasta tener su bebé en brazos.
Es cierto que podrían haberse cuidado pero son justamente adolescentes y éstos se caracterizan por desafiar los límites, por quebrar las reglas, por no tener miedo a nada y, por lo tanto, no conocer la precaución. Es así, no son adultos, son chicos jugando a ser grandes, son adolescentes buscando lo que les hace bien y no miden los riesgos, como casi todos los que transitan esa edad.
En esa etapa fallamos montones de veces, nos pegamos la cabeza contra la pared, hacemos todo mal y es de aquellos errores que aprendemos lo que nos servirá en la futura vida de adultos. Pero a ellas, y a ellos, este error les cuesta más caro, mucho más caro, porque no hay forma de remediarlo. No gente, no se lo buscan, es el ¿castigo? que les da la vida por transgreder los límites.
Todo cambia desde ese momento. Empiezan las sospechas de embarazo y hay nervios, muchos, pero siempre está la esperanza de que todo sea un mal sueño. La nube adolescente parece explotar de golpe cuando la segunda rayita del test termina de marcarse. Mil cosas se cruzan por la cabeza de esa futura mamá, pero son dos las que duelen más que nada: los proyectos de vida que ya no serán y la idea de defraudar a la familia.
Piensan en que ese embarazo puede desaparecer, esfumarse de golpe pero cuando se dan cuenta que eso no es posible, empieza el duelo. Sufren por lo que no serán, por lo que deberán dejar, por no haberse cuidado, por lo que van a decir.
Lo más duro es el momento de contarselo a la familia. Cuando habían empezado a asumir el embarazo, tienen el duro golpe de escuchar sermones y el dolor de sus papás.
No hay vuelta atrás. Y es cuando todo el entorno de la embarazada entiende eso, cuando realmente la mirada cambia. Cuando se sienten seguras y con apoyo, empiezan a imaginarse lo que será ser mamás y se pasan días enteros entre amigas buscando un nombre para ese bebé que empieza a ser sentido como un milagro y ya no como un castigo.
Hay miedo, mucho, hay una incertidumbre que mata, pero el dolor empieza a calmarse. Y como dije al principio, yo las admiro: por su fuerza, su valentía, sus ganas de vivir, de enfrentar los prejuicios y, en muchos casos, la fortaleza enorme de pasar el embarazo solas, porque son ellas, las que no siguen en pareja, las más juzgadas.
Cuando llega el bebé no hay grandes secretos, son mamás como todas, grandes madres que buscan la mejor forma de criar un hijo, de darle todo. Hay una sola diferencia con mamás mayores: mientras aprenden esta complicada tarea de ser madres, también crecen, se enfrentan a los mismos miedos y golpes de cualquier adolescente y buscan lo mejor para ser, en el futuro, adultas.
No dejan de ser nenas por ser madres, dejan de ser chicas en el momento que están listas para ser adultas, como cualquiera de sus amigos y compañeros. Es por eso que necesitan mucho apoyo, muicha ayuda, porque atraviesan a la vez dos grandes procesos de aprendizaje que cuestan. Y, al contrario de lo que muchos piensan, no tienen que dejar de ser chicas hasta que estén listas. Eso no significa que no se encarguen de sus hijos porque sí lo hacen, a su manera, como pueden, como todas las mamás.
No digo que ser madre adolescente sea lo ideal, creo que hay métodos para intentar bajar la cantidad de niñas madres (ya algún día aclararé esto). Pero una vez que pasó, no se vuelve atrás y no hay que juzgarlas sino apoyarlas.
Estos nenes aman a sus mamás como cualquier otro, porque ellas les dieron la vida, pero sobre todo porque aprendieron a darles amor. Yo las admiro y agradezco a la vida haberme permitido tenerlas tan cerca, conocerlas a fondo, saber que piensan, que sienten y poder así pelear por ellas, defenderlas, decirle al mundo que las mamás adolescentes tienen una fuerza increíble digna de imitar.
Gracias a esas personitas que me permitieron conocer ese mundo, dejarme estar cerca de ellos y entender sus reacciones, por demostrarme que a pesar de los miles de miedos lograron ser grandes madres. Yo las amo y las admiro profundamente. Y es por ellas que voy a defender a las mamás chicas siempre que la mirada injusta esté sobre ellas.

(Y como le dije a Noe, podría escribir segunda, tercera y cuarta parte sobre este tema. Algún día llegará).

*Ita*

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